Son muchos los pasos dados por sinfín de sendas. Siempre fui del gusto de andar, desde bien pequeño. Puedo agradecer a mis padres por llevarme por parajes que abrían mis sentidos a descubrir, que me estimulaban a ir más lejos, en donde los árboles tienen su propio leguaje susurrado y todo me transportaba a un lugar, como de bosque tropical, lleno de aventuras y sueños.

Al crecer mis inclinaciones me llevaron a lo “pindio” que es como en mi tierra llamamos a las subidas, y a trepar y trepar más alto, más lejos. Arriba, tocaba el cielo; el aire, que en su frescor montañoso quemaba suavemente por dentro, me llenaba y nutría, me serenaba, apagando la sed y el hambre de saltar,…donde nadie llegó. Después tocaba descender, un largo y duro camino, pues siempre el gusto acortó las distancias, y volver hay que volver. Con otro color, con otro espacio en los pulmones, con un hormigueo en las piernas recuerdo todos los pasos dados y que, era justa ofrenda de consciencia al reto superado.

Muchos de mis pasos fueron en solitario, otros muchos en compañía, a veces en silencio, a veces hablando, a veces cantando. Todo tenía sentido, el de la dirección que tomaban los pies.

¿Cómo, dónde, dar el salto al universo? Empiezo con la tierra que piso. Debajo de mis pies hay todo un movimiento y una pulsación que nos está animando, y cuando acaricio el suelo con mis pasos, de la manera en que una caricia es real, dándome cuenta, y estos toman un sentido, una dirección, una decisión; entonces, el pulso sigue su ascenso y se abre a partir del corazón, desde lo más íntimo de tan preciado espacio, y acoge y se aúna a los corazones que, con una misma decisión, siguen por la senda que nos lleva al centro de la Rosa, Santiago, Santiago de Compostela.

Este vibrar conjunto, esta convergencia de los cinco caminos, nos transporta a un punto que las estrellas siguen señalando, allí donde, desde la atalaya europea, el sol tarda más en ocultarse, precioso lugar que nos enlaza con el universo. Honestidad del ser humano con su origen, pues polvo de estrellas somos y en alguno de nuestros recuerdos se halla aquel día en Todo estuvo unido, y sigue latiendo con luz propia en nuestro interior.

El niño que se adentraba por el bosque tropical sigue conmigo, como el adulto que andaba por las alturas; desde ellos y con ellos, con el corazón, al universo.

 Artículo de Jesús Fernandez. Guía de la Vía de Asia en el Camino Universal a Santiago de Compostela